domingo, 23 de septiembre de 2007

¿Por quien doblan las campanas?

¿Por quién doblan las campanas? El amor, murió de un ataque al corazón. ¡Oh, cruel destino! Que muerte tan apropiada.
La esperanza y la alegría cargan con el liviano ataúd de madera, tan natural y sencillo como su contenido. Sin pompa , sin fiesta, sin llamar apenas la atención, todos avanzan silenciosos por los tortuosos caminos que conducen al eterno descanso de un amigo tan querido como cercano.
Antes de arribar al cementerio de la ciudad de la memoria, la incredulidad detiene el cortejo y con rapidez felina destapa sin cuidado el féretro... para ver por vez ultima el rostro de aquel al que tanto quiso y en quien tanto confió, ni siquiera le reconoce ¡No puede ser el!...la inocencia derrama sin parar lagrimas que corretean entre los pies de los presentes. Continua la marcha, la desidia y la indiferencia cargan esta vez con el peso. Ya casi hemos llegado.
En lo más profundo, en el más oscuro de los agujeros justo antes de tocar fondo y perder la razón, se deposita con cuidado el cajón. Desde arriba la visión se transforma. El ataúd se presenta grandioso, maravilloso. La nostalgia hace su aparición, llega tarde, pero llega.
Reflejo de un pasado cercano, apenas sombra de lo que fue hace no mucho tiempo. El amor, dentro de un cajón. Marchito. Consumido. Fétido. Nauseabundo. La esperanza loca y mortal de necesidad se arroja dentro de la tumba. Suicidio, dicen.
Estupefactos los presentes, cubren como pueden el lugar de la tragedia. La hipocresía toma el control de la situación y la norma de no volver jamás a aquel lugar se impone en todo el cuerpo.
¿Por quién doblan las campanas?

Por qué sin amor no se puede vivir.
Por qué sin esperanza se debe morir.



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